Entrevista a Anaís Azul: Entre trenzas musicales y herencia andina
El reciente álbum titulado «Simp’ashani: Canciones Trenzadas» de Anaís Azul ha despertado un interés en el mundo musical por su innovadora fusión de sonidos andinos y modernos. Este proyecto no solo se destaca por la riqueza de sus composiciones, sino también por la capacidad del artista de entrelazar su herencia cultural con las corrientes musicales contemporáneas. En esta entrevista, exploramos el proceso creativo detrás de esta obra y las inspiraciones que han llevado al nacimiento de un álbum que reivindica la música andina a través de nuevas formas de expresión.
“Simp’ashani: Canciones Trenzadas” entrelaza tu herencia andina con la modernidad musical. ¿Cómo fue el proceso creativo de fusionar estos dos mundos aparentemente contrastantes en tu álbum?
La modernidad musical siempre ha estado presente en la música andina, la verdadera fusión viene por el lado de lo occidental. Con esto quiero decir que la música andina ha venido evolucionando tanto en sus temas como en su manera de interpretación, lo que está ocurriendo hoy por hoy es la adopción de otros géneros y sonidos más occidentales o incluso orientales como ha sucedido con el Q-pop y el Q-Rap. La contribución de mi música va en este sentido, en otorgarle un aire experimental con sonidos ambientales y de origen electrónico con sintetizadores y efectos. Además intento abrir nuevos caminos temáticos a la música andina, hablando sobre ideas y experiencias contemporáneas respecto a la igualdad, las comunidades LGTB+ y las diásporas latinoamericanas en el mundo.
Con respecto a mi proceso creativo, se inicia con una búsqueda filosófica y académica a la que pude tener acceso gracias a la beca Fulbright que me permitió viajar a Perú para formarse no sólo en el idioma Quechua sino también en la ejecución del Charango, instrumento que representa por excelencia los sonidos tradicionales de los Andes Peruanos pero además, para investigar sobre la historia del conflicto armado interno en la PUCP y en el campo, a través de conversaciones y entrevistas que se incluyen también en mi album. Creo que, de hecho, este es el punto de partida de mi proceso creativo, donde obtuve la mayor cantidad de incentivos para producir sonidos y mensajes.
El término quechua “Simp’ashani” significa «estoy trenzando», una metáfora que refleja tanto tu música como tu identidad. ¿Qué te motivó a estudiar el quechua y el charango, y cómo influyeron en la creación de este álbum?
La principal motivación ha sido mi búsqueda por reconectar con mis raíces, esto es lo que me sumergió en el estudio del quechua y del charango. Siento que son el lenguaje para comunicarse plenamente y mi presente musical es lo que me llevó a desarrollar un estilo que fusiona la música andina de Ayacucho y Cusco con el folk experimental.
El resultado es un álbum que resuena con añoranza, duelo y orgullo, reflejando saberes e historias de migración tanto interna como externa, imaginando una extensión de los Andes más allá de sus fronteras geográficas.
En un inicio, el álbum que estaba destinado a ser una colección de re-interpretaciones, evolucionó hacia una propuesta que incluye mis composiciones originales.
Tu álbum está dedicado a los inmigrantes y miembros de la diáspora latinoamericana. ¿Cómo has experimentado en tu propia vida las tensiones entre migración, identidad y pertenencia, y cómo se reflejan en tus canciones?
Mi crecimiento completo está marcado por la migración. Crecí en California por la decisión de mis padres de migrar en los años 90, por la complicada situación que se vivía en el Perú por el conflicto armado interno y que hoy se está volviendo a vivir por otros conflictos políticos pero también sociales. La migración además es un derecho que personas de distintas diásporas latinas o no, no han podido experimentar sin antes sufrir los estragos familiares, la separación y la adaptación.
Por otro lado, hay que entender que las dificultades de la adaptación también se vive hacia adentro y no solo hacia afuera. He visto en la Provincia de Victor Fajardo en Ayacucho cómo los niños hablan cada vez menos Quechua. A pesar de ser un idioma vivo está considerado una lengua en peligro de extinción por lo que considero muy importante incentivar el aprendizaje y que las nuevas generaciones fortalezcan su utilización.
Mencionas que el «Manifiesto Futurista Andino» de Alan Poma te inspiró para imaginar un futuro andino a través de tu música. ¿Cómo visualizas este futuro y qué papel juega tu música en la creación de este nuevo imaginario?
Yo imagino este futuro como una existencia que dialoga con el pasado, donde el tiempo, como recalca el manifiesto futurista andino, es cíclico y no lineal. La palabra quechua “ñawpaq” significa a su vez “delante” y “antes». Es una palabra que se usa para hablar del futuro y también sobre nuestros ancestres. Creo que esta palabra encapsula la esencia del manifiesto futurista andino– lo viejo informa a lo nuevo y lo nuevo a lo viejo. Respecto a cómo es que mi música contribuye a la creación de este futuro, siento que traigo lo de antes a través de las historias y entrevistas de inmigrantes y lo de delante lo traigo al crear espacios donde meditar con sonido, donde poder conectarse con el subconsciente que para mi, es conectarse con el futuro. Mi música quiere ser un espacio de reflexión para poder generar y cultivar un futuro andino que reconozca lo andino como algo que no solo existe en determinado espacio geográfico, sino también en espacios sonoros musicales que no ven fronteras.
Tu música es un mosaico trilingüe (quechua, español, inglés) y experimental. ¿Cómo encuentras el equilibrio entre respetar las tradiciones musicales andinas y explorar nuevas formas de expresión contemporánea?
Antes de reinterpretar las canciones que elegí, aprendí a tocar todas las canciones de la manera tradicional Ayacuchana, Cusqueña y Huarochirina. No quería atreverme a reinterpretar sin primero entender la técnica, afinar mi oído, y respetar los géneros musicales para tocar cada tema en charango y voz. Una vez que tenía estas canciones internalizadas, mucho del proceso de reinterpretación era de confiar en mi intuición, mi cariño, y mi subconsciente. El proceso también incluía conectar canciones a historias que escuchaba o que resonaban conmigo. Por ejemplo, “Una Paloma Sobre Una Rama” de Gaitán Castro fue una canción que aprendí en el Pueblo de Parccucucho, Vilcas Huaman enseñado por Renzo Aroni Sulca y Julia de Castillo. Cuando aprendí la canción, me identificaba mucho con la letra y las eternas despedidas con mi prima VALKIRIA (quien canta la canción conmigo). Creo que el hecho de sentir que cada canción que elegía reinterpretar resonaba muy profundamente conmigo y con lo que yo he vivido como inmigrante a los Estados Unidos hacía que la fusión de géneros sucediera de una manera genuina y sentida.
Agradeces a tus maestros de charango y quechua por su influencia en tu formación. ¿Qué aprendizajes o momentos clave han sido más significativos en tu conexión con la música y cultura andina?
Cuando empecé a tomar clases con mi profesor Kike Pinto, él me hico una playlist con canciones de charango y me dijo que notara las que me gustaran y que él me ayudaría a entenderlas. “Rata Rata” fué la primera canción que me toco al corazón y sin saber lo que decía, Kike y yo acordamos que yo transcribiría la letra como yo la entendía (en ese momento habiendo tomado solo 9 meses de Quechua). También me puse a traducir todos los verbos que percibía. Después, le mostré mi transcripción a mi maestra, la Dra. Carmen Cazorla Zen. Ella corrigió mis escritos con un lapicero rojo y me reí al ver todas las formas que había mal entendido la grabación de la canción. Este proceso de estudio marcó mucho como seguiría aprendiendo otras canciones como “Expreso Puquio”– primero viendo qué escucho y luego entendiendo todo lo que no supe escuchar por mi falta de conocimiento. Agradezco mucho a mis profes que llenaron los espacios en mi conocimiento y me enseñaron cómo escuchar la música Andina y el Quechua.